viernes, 17 de agosto de 2012

El Búho y el Callao


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Este lunes, se celebrará el 175 aniversario del Callao y de solo pensar que la mítica Provincia Constitucional cerrará los festejos con una gran feria gastronómica, se me hace agua la boca. Me trae recuerdos de mi niñez en la entrañable playa Cantolao, en La Punta y también mis lecturas de historia, que tenían como escenario a este puerto histórico de gente valiente que soportó asedios coloniales, bombardeos de siniestros piratas y corsarios y, lo peor, terremotos y tsunamis. Cataclismos que pudieron borrar de la faz de la tierra a toda una ciudad, pero los pocos sobrevivientes volvieron a levantarse de los escombros y reconstruyeron el puerto hasta convertirlo en el más importante del Pacífico, y sus habitantes se caracterizaron por llevar en sus venas sangre de tantas culturas españolas, italianas, francesas, de hombres y mujeres que llegaron con poco o mucho, y se enamoraron de este lindo terruño.
A los cuatro años, desde el cuarto piso de mi edificio en la Unidad Vecinal de Mirones, a la hora del sunset, se veía clarita la isla “San Lorenzo” y el mar chalaco. Era una visión extraordinaria. Solo el edificio de una facultad de San Marcos tapaba un poquito la gran visibilidad. Para nosotros, los que vivíamos en la Unidad Vecinal, era la playa más cercana. Era más accesible, ya que para ir a Barranco o Chorrillos había que bajar por los acantilados. Por eso tomábamos los “loritos” (verdes con amarillo) o los marrones con amarillo (Santoyo-Callao) para ir a Cantolao. La playa más mansita del litoral peruano. Que parece una piscina a la que han echado toneladas de cubos de hielo.
Siempre de chiquillo me intrigaba el porqué sus aguas eran tan heladas. Después me enteré que en determinados períodos, la llamada Corriente Peruana o de Humboldt, proveniente del Antártico, hace que sus aguas se enfríen mucho más de lo normal. Recuerdo que una vez mi amigo de Zorritos, “Papo”, nos dio el susto de nuestras vidas, pues nunca se había bañado en Cantolao y se metió creyendo que estaba en las tibias playas de su tierra tumbesina. Al flaco le dio hipotermia y el gordo “Papuchi” se fue corriendo y gritando “se murió Papo”. Y trajo a dos compañías de bomberos. Nos gustaba Cantolao y sobre todo el lado del jirón Arrieta. Íbamos con nuestra manchita de chicos y chicas, pero nos rompíamos el ojo con las muchachas de La Punta, bellas y desinhibidas. Sencillas, que no se hacían paltas en compartir la playa frente a sus casas, desde los tiempos de sus tatarabuelos europeos, con unos palomillas de Mirones.
Años después comprobaría que el espíritu de la mujer chalaca es distinto al de las limeñas. Más entradoras, salvajemente sinceras, fiesteras y tan apasionadas que tienes que andarte con cuidadito si te portas mal. Y, sobre todo, alegres y salseras. Con mi mancha nos íbamos caminando y veíamos el Real Felipe. Antes no dejaban ingresar como ahora. Pero el sabelotodo del recoletano sacalagua de Javier “Güero” Hernández, hoy exitoso abogado egresado de la Universidad Católica, nos explicaba con elocuencia historias de piratas. Y no le faltaba razón. El Callao fue el puerto principal de las colonias españolas en el nuevo mundo en el Pacífico, como Cartagena de Indias lo fue en el Caribe. Lo que hoy equivale a millones de dólares en oro y plata que eran embarcados por este puerto hacia España. Aquí me quedo, mañana continúo. Apago el televisor.

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